Yo...

Buena vida tengan todos, mi nombre es pedro lahuella y así como me ven

(en realidad aquí no me ven, me leen),

yo no existo, soy una ficción,

me vuelvo materia a través de palabras escritas,

me convierto en sonido a través de la voz de un mortal,

y esparzo mis ideas a través de una construcción castellana:

soy un artilugio enlatado en un fragmento del tiempo y del espacio,

¿para qué?

Esa es una pregunta que me es común a la vida misma

de los que están formados de la materia a la que llaman carne y hueso,

en eso nos igualamos:

en el misterio de existir, atribulados de incógnitas.




(haciendo click en las imágenes podes verlas en tamaño más grande.
)

sábado, 6 de octubre de 2007

Leyenda de la Primera Existencialista

En los albores de la humanidad, durante las primeras generaciones, vivió una niña que no podía más que observar, la pobrecita. Nació durante los años primeros del lenguaje, cuando aún muchas situaciones se definían por vibraciones guturales que sonaban según el sentimiento que las generara, aunque había un principio de arrolladoras combinaciones sonoras, que empezaban a acomodarse para ciertos objetos o seres. Pero la niña no, la niña no emitía sonido, la pobrecita; sólo ante el dolor o el dolor del hambre, solía escuchársele un grito reclamante y desesperado, concreto. Ante nada más; el resto del tiempo observaba, su cara era un muestrario veloz de articulaciones y gestos puestos al servicio de la sorpresa y la fascinación que le producía lo observado, pero de su boca no salía más que aire. Así fue creciendo la pobrecita, mirando sin decir nada. También las combinaciones de sonidos crecieron ya que, en poco tiempo, la cantidad de combinatorias fijas no sólo definían objetos, personas, animales o lugares si no que hasta alguna que otra idea abstracta, con lo cuál se puede decir que estaba instalada y en pleno funcionamiento la maquinaria del lenguaje. Sin embargo, la pobrecita continuaba sin hablar. No es que no tuviese la capacidad del habla, ella podía perfectamente combinar los sonidos como los demás e incluso emitirlos, lo había comprobado alguna vez, pero generalmente no encontraba la combinación de sonidos adecuada para expresar lo que sentía y el decir cotidiano se le hacía aburrido, inútil y hasta peligroso. Había comprobado en sus observaciones qué cuando hablara nadie iba a escucharla realmente, entonces: ¿para qué participar de esa ceremonia tortuosa de repetición y combinación de sonidos que obligaban al de al lado a devolverle una similar construcción y esto, para colmo, podría dar por resultado tener que hacer algo que no quería? No, era mejor estar callada, mantenerse aparte de la maquinaria infernal que se estaba armando en esas aparentemente progresistas formas de definir todo por medio de sonidos combinados fijos. Como nadie sabía que ella callaba de niña por distracción y de grande por convicción, creyeron que se trataba de un don, vieron en ella la imagen de lo frágil y le dieron un trato especial. Fue por esto que la pobrecita se salvó de los males que azotaban esa época. Nunca tuvo que salir a cazar, ni pelar un animal, ni participaba de las peleas, ni hundía sus manos en la tierra, ni nadie nunca la agredía. Sin duda no hablar tenía enormes ventajas. Y vinieron los calores, los fríos y las aguas del cielo, y las luces que rompen las nubes y quedaron por muchas cuevas. Ya hacía mucho que había muerto el último de sus días primeros y todos los que la rodeaban eran nuevos. No les temía, los había visto salir de los cuerpos de las que habían estado con ella y los vio agrandarse y vio salir cuerpos de sus cuerpos y todos le daban el mismo trato especial que el que los de sus días primeros y los de los días primeros a ella, le daban. La proveían de alimento, de abrigo, la trasportaban y la saludaban con reverencia. Así pasó sus años la pobrecita, observando, sofocada en el enigma de su propio silencio. Fue en un descuido que una pequeña del grupo se escapó, subiendo hasta donde se encontraba la pobrecita y con ojos curiosos se quedó contemplándola largo rato, hasta que extendió su mano y tocó la cara de la mujer recorriendo con devoción las profundas marcas que tenía en el rostro. Esas líneas que no había visto en nadie más del grupo. ¿cómo no las había visto antes? ¿de dónde salían? Eran parecidas a las marcas que dejaban las ruedas en la tierra y los palos que ella misma arrastraba formando marcas que rompieran la huella. ¿Por qué estaban en esa cara? Tantas preguntas más se le formularon en la cabeza que una pregunta sonó de sus labios, sin siquiera meditarla: ¿para qué estamos acá? –dijo la niña. La anciana quedó petrificada. ¿Había olvidado o nunca había sentido el roce con otra piel? El tiempo se cristalizó en un estruendo que se le agolpó en el pecho y un brillo se le afianzó en los ojos: para amar -, susurró.

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